Amor en la política, ¿se puede?

Méndez Marco

Amor en la política, ¿se puede?

En-claves del pensamiento

Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, División de Humanidades y Ciencias Sociales



Las sociedades se encuentran llenas de emociones -es así como Martha Nussbaum comienza su libro Political Emotions: Why Love Matters for Justice?-, a través de una explícita concatenación con ejemplos artísticos, la autora demuestra la existencia de una gran variedad de prejuicios, deseos y vicios que cualquiera puede encontrar en su mundo social (18-53). Pues, ¿qué tiene que ver la obra Las Bodas de Fígaro con el rol femenino y masculino de la época -y con el actual-? ¿Por qué remembrar la concepción del himno de la India, escrito por Tagore, y vincularlo con sentimientos nacionalistas peligrosos?

Resulta pertinente retomar y cuestionar, entonces, dos ideas que Nussbaum expone a lo largo de su libro: la creación de una religión civil o 'del hombre' (capítulos I, II, III y XI) y la erradicación de los sentimientos de disgusto que emana el ser humano hacia sí mismo (capítulo VI). Parece que no existe mejor momento para retomar temas tales como las emociones deseables o peligrosas dentro de la política del mundo, los excesos que algunos sentimientos provocan en los gobernantes y las alternativas que nuestra especie tiene para trascender sus más grandes óbices de desarrollo. Es obvio, el mundo y el ser humano rebosan de emociones, ¿alguien se atrevería a afirmar que cualquier actitud, acción o declaración no es movida por emociones del individuo aparentemente invisibles?

Nussbaum responde negativamente a ello. Sin embargo, las emociones dentro de la política deben ser contempladas en conjunto. La política es, de acuerdo a uno de los pensadores políticos más importantes del siglo XX, Ver Norberto Bobbio, El futuro de la democracia (México: Fondo de Cultura Económica, 2001). 1 la interacción de posiciones y fuerzas de poder que buscan converger hacia la optimización de intereses de un grupo de individuos; entonces, no importa, para fines de esta reseña, estudiar las expresiones individuales de sentimientos, sino la agregación de cada una de ellas al edificar emociones colectivas.

El término de 'religión civil' fue utilizado por autores como Rousseau y Kant (35, 47). Las sociedades humanas, desde tiempos inmemoriales, han luchado por crear consensos entre sus semejantes y evitar los conflictos que deriven en violencia. No hace falta recalcar que la ausencia de conflicto deviene, precisamente, de la inexistencia de disensos y confrontaciones, pues, ningún ser humano encontrará conflicto con un semejante que piense y actúe similarmente a él.

El proyecto de Nussbaum es, entonces, retomar la idea de una religión civil que conjunte las expresiones individuales autónomas y legítimas para construir figuras de respeto, devoción y amor a la nación. Más allá de las posibles definiciones de los autores mencionados, deberemos entender la propuesta de la filósofa como la traslación de sentimientos teístas hacia los civiles.

Un primer cuestionamiento se manifiesta: supongamos que una religión civil se establece en un grupo de control específico en el mundo; así, los ciudadanos conservan su autonomía y libertad individual al tiempo que desarrollan amor incondicional para su nación. Pero, ¿y si, entonces, estas emociones se tergiversan y mutan en nacionalismo exacerbado o intolerancia hacia aquellos que difieren? Sólo es necesario revisar un libro de historia para comprobar que esas desviaciones perversas han ocurrido y, hoy en día, las recordamos como acontecimientos infectos derivados de la manipulación de sociedades y de aquello que piensan.

Un elemento consistente en la obra de Nussbaum es el cultivo de emociones a través del arte, la risa, el teatro, la pintura, la música, deporte y arquitectura (17, 28-33, 261-263). Se asegura que la promoción de estas expresiones tiene efectos positivos en el ser humano, de hecho, este autor coincide con esa posición. Si los individuos comparten el arte local entonces crean empatía con sus semejantes al mismo tiempo que incrementan el amor por su tierra; cuando se observa una comedia de cine o teatro, muchos prejuicios desaparecen y se sustituyen por la banalidad de aquello que se considera 'defectuoso' o 'diferente'; las canciones épicas o himnos tienen el poder de reunir los intereses de muchas personas y encauzarlos hacia una senda de pensamiento que los inspira y consuela.

La propuesta de Nussbaum es, casi por completo, deseable. Sin embargo, nuestra opinión es que lo sugerido en el libro Political Emotions no encuentra mucho espacio para trasladarse al mundo real. En términos de una aspiración y el punto de referencia a converger resulta valiosísimo e imprescindible; no obstante, las realidades que se muestran para demostrar lo dicho son eventos extraordinarios en la historia humana, como la independencia estadounidense o hindú.

Tampoco es válido conformarse con nimiedades y futilidades, dado el supuesto de la casi completa imposibilidad de establecer cabalmente la propuesta de Nussbaum: una reflexión sensata parece lo más adecuado para aproximarse al estudio de una religión civil en el mundo o en cada país, con base en su complejidad y ambigüedad inherente.

Como se mencionó, una religión civil deberá tener todos los elementos de una teísta: devoción, amor, respeto, fe y preceptos. La diferencia es que estos elementos constitutivos e imprescindibles estarán encaminados a la nación, y no a un ente divino. Sin embargo, se considera que el término mismo representa una contradicción. Más allá de las definiciones literales de los términos, no parece posible que el proyecto de Nussbaum se materialice.

Empíricamente, se observa que los seres humanos, desde los tiempos más remotos, han construido figuras religiosas alrededor de entidades que utilizan para justificar reglas insertas en las sociedades o para explicar fenómenos inverosímiles. No es intención de este trabajo demostrar lo anterior, pero parece sensato que, al trasladar estas actitudes y creencias hacia la vida civil, se contradecirán con la -relativa- materialidad y fisicidad de las construcciones políticas y sociales. Entonces, ¿cómo re-interpretar, por ejemplo, el amor a tu nación, si es que existen infinidad de expresiones y manifestaciones que te la recuerdan y forman parte de ella?

Porque es cierto, también, que los símbolos religiosos son interpretaciones materiales que el hombre ha creado, dado su nulo conocimiento de lo divino. Es decir, un Cristo crucificado no es más que la remembranza de una historia sobrenatural que la colectividad de ideas e interpretaciones religiosas ha concebido mediante procesos y sucesos históricos épicos, violentos y dogmáticos. Opuestamente, los bosques, desiertos, ríos y mares que podrían inspirar un amor similar por una nación son, inevitablemente, percepciones reales de nuestros sentidos.

Para este autor, resulta incompatible la falta de corporeidad a partir del cual una creencia, fervor o sentimiento religioso se compone, con la inmediatez que la patria ofrece. Por si fuera poco, otra dificultad aparece con la sugerencia de la autora: los aparatos de pensamiento que el ser humano ha desarrollado para las religiones teístas y para las sociedades políticas han sucedido paralelamente. Esto quiere decir que cualquier forma de amor, devoción o empatía con la nación de uno proviene de acontecimientos, narrativas, relatos y consecuencias de la historia: esto, invariablemente, se formó -cercana o lejanamente- a la par de la religión. Por ello, parece incomprensible trasladar el constructo de un elemento -que se formó a partir de infinitas variables- hacia otro -que, a su vez, también se erigió con base en infinitas variables-.

Habiendo dicho lo anterior, es completamente irresistible comparar la construcción de una religión civil con el paradigma actual. Sin especificar la situación de cada país, no es redundante traer a la mesa las incipientes y crecientes muestras de nacionalismo fanático en el mundo occidental. Países como Francia, Alemania y Estados Unidos se encuentran insertos en coyunturas rigidísimas que contraponen el sistema económico mundial con los deseos de proteger y aislar a las naciones.

Como se mencionó al inicio de esta reseña, una religión civil va acompañada, sin forma de evitarlo, del riesgo de una tergiversación en nacionalismo perverso (83). De hecho, parece que el proyecto que inició con Rousseau y que ha retomado Martha Nussbaum es compatible tanto con el desenlace deseable como con el abominable. Con base en símbolos en forma de canciones, deporte y comedia, los partidarios del ahora Presidente de los Estados Unidos han desarrollado sentimientos inconmensurables de devoción hacia su patria. La evidente y explícita manera de proteger y velar por sus intereses ha llevado a, precisamente, lo dicho por Kant: aquellos desincentivos que existan hacia los disidentes de la mayoría son perjudiciales para la autonomía individual y, por lo tanto, para la nación en su conjunto.

No es necesario recordar las expresiones de odio racial, xenofobia o misoginia que han acaecido en los últimos meses en el país más poderoso del mundo. Lo que resulta imperativo es preguntarse si una religión civil adecuada mitigaría este problema. ¿Resolvería la educación y la promoción del arte y la comedia como signo de patriotismo la incompatibilidad y rencillas históricas que existen entre un sector de la población estadunidense y las minorías latinas y afroamericanas?

Sin la intención de demostrar pesimismo, la respuesta negativa a esa interrogante parece más probable. Ahora, es pertinente retomar un argumento muy valioso establecido por Nussbaum. Aquel en que se afirma que los seres humanos, a partir de ideas concebidas socialmente, estructuran sentimientos de disgusto hacia sus semejantes -o hacia ellos mismos- (257-261). Su idea es lógica al tiempo que explicativa: los hombres, históricamente, han transferido características 'indeseables' de los animales -como fluidos corporales, instintos o recuerdos- a los individuos que se pretende subordinar. ¿Por qué? Es sencillo, toda vez que, casi nadie podrá negar, tendemos a sentirnos avergonzados de aquello que nos recuerda a nuestro pasado animal. Parece que la distinción absoluta y definida del ser humano con otros mamíferos, insectos y reptiles es la herramienta perfecta para elevar el estatus de nuestra especie como 'superior' a todas las demás.

Si esto ocurre en nuestra relación con otras especies, ¿por qué esperar que no ocurriese entre razas humanas? De esta forma, los que han ganado guerras, posiciones de poder o han superpuesto sus intereses por encima de los de otros lo hicieron contemplando a los 'inferiores' como más cercanos a un animal. No hace falta ser explícito para pensar en ejemplos relacionados con las minorías negras, latinas, asiáticas, homosexuales o discapacitadas en las sociedades occidentales -incluso, hasta hace no mucho tiempo, las mujeres, esto es, la mitad de la humanidad-.

Martha Nussbaum, nuevamente, propone una solución para superar esta condición arraigada de facto al ser humano: contemplar la tragedia ajena crea empatía, genera simpatía y resulta en entendimiento del otro como igual a uno (262-266). Esto resulta sensato para la opinión personal del autor; no obstante, no se puede evadir una pregunta: ¿qué sucede cuando aquel que contempla la tragedia es, al mismo tiempo, la fuente de ella? Supongamos una política que pretende iniciar deportaciones masivas de inmigrantes indocumentados o negar el acceso a un país a individuos de una nacionalidad específica, culpa de un grupo minoritario de extremistas. En este ejemplo, ambas acciones son, sin lugar a dudas, una desgracia que se cierne sobre una minoría; no obstante, también es cierto que muchas personas de la nación en cuestión podrían estar de acuerdo con esas políticas y apoyarlas.

La síntesis de esta contradicción se encuentra en la racionalización que los individuos hacen sobre ciertos actos: cuando un ser humano busca legitimar -para él o para los demás- sus acciones, aunque ellas sean de naturaleza indeseable o perversa, buscarán adecuarlas a su propia conciencia convenciéndose de que lo que hacen es correcto y loable. De esta manera, se encuentra un punto ciego en el argumento de Nussbaum, un ápice de la conducta humana que demuestra que la contemplación de la tragedia ajena no siempre generará empatía, reciprocidad y solidaridad.

Parece ser que el proyecto de Nussbaum se encuentra limitado a la observancia de injurias e injusticias explícitas que involucren violencia, daños físicos o insultos explícitos. De otra manera, podríamos nombrar infinidad de ejemplos en los que la desgracia ajena se suscita con matices o velos que la esconden, haciendo a todos aquellos que la contemplamos como cómplices y, por tanto, promotores no alevosos de ella.

Political Emotions es un libro valioso y no es intención de esta reseña demeritarlo. Como apuntamos anteriormente, necesitamos este género de reflexiones para construir cimientos a partir de los cuales podamos basar mejores prácticas políticas y sociales. En este sentido, esta lectura sólo pretende ser un recordatorio de que proyectos tan ambiciosos y necesarios son susceptibles para regionalizarlos y materializarlos de, en primer lugar, internalizarlos y, entonces, llevarlos a cabo.




Notas al pie de pagina

Ver Norberto Bobbio, El futuro de la democracia (México: Fondo de Cultura Económica, 2001).


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